El instante desborda de tensión. Silencio. Una porción de la red, entonces, paraliza el tiempo. La bola queda muerta en el polvo de ladrillo, después de rozar la faja. El británico Joe Salisbury la bandejea con sutileza y con destino cruzado, con un objetivo claro: sacar a uno de sus rivales de la cancha. La física, la lógica, habrían aseverado que nadie podría devolver la pelota. Pero el tenis, aunque a veces se le parezca, no es matemática.
Acaso nadie podría devolverla si se tratara de un deportista corriente. Pero del otro lado hay un fuera de serie, uno de esos tenistas que suelen tener recursos infinitos, un zurdo que, cuando juega como sabe, cuando disfruta de lo que ama, consigue lo imposible. Sin importar el escenario ni el contexto. El recinto, nada menos que la cancha del mítico estadio Philippe Chatrier, con el techo retráctil cerrado por pronóstico de lluvia, el foco principal del Stade Roland Garros. La circunstancia, muy adversa: segundos antes su compañero Marcel Granollers había sacado con el marcador 3-3 y 15-40 en el tercer set de la final de dobles de Roland Garros.
El riesgo es mayúsculo. No existen quimeras, sin embargo, para el que le pega distinto. El tiempo se detiene, pero Horacio Zeballos se lo apropia. Vuela, abandona la cancha, cuela su raqueta debajo de la bola y la redirige hacia el otro lado a través de un agujero inverosímil, entre el poste de la red y una de las pequeñas cajitas de publicidad. La pelota viaja por encima de la placa homenaje de Rafael Nadal, el mito viviente que se consagró 14 veces en ese mismo sitio, uno de los pocos en los que habita la historia. Todo un símbolo.
El hombre simple, que habla en las redes sociales como habla en la vida real, entonces se vuelve viral: nacido en Mar del Plata cuarenta años atrás, no comprende el idioma de TikTok, pero acaba de adueñarse del terreno digital. Porque no hay inteligencia artificial que pueda recrear lo que su cabeza y su talento acaban de inventar: una acción maradoniana en el momento más difícil de la final de Roland Garros. «Dejé la vida. No me importó nada, le puse el corazón. Los campeones necesitan suerte y ese fue mi momento», reflexionó el argentino.
Aquella secuencia podría utilizarse para sintetizar, acaso de la manera más genuina posible, el partido que jugó Zeballos para ganar su primera corona de Grand Slam: junto con Granollers, se quitó la espina de las tres finales previas y se consagró en dobles masculino de Roland Garros, luego de vencer a la dupla británica formada por Neal Skupski y Joe Salisbury por 6-0, 6-7 (5) y 7-5, que lo habían derrotado el mes pasado en Roma (6-2 y 6-3), en un desarrollo tan fluctuante como conmovedor.
Zeballos demostró por qué es, además de un exitoso deportista, un jugador diferente. No cualquiera exhibe el partido de su vida, con una calificación de diez sobre diez, en una final de Grand Slam, con la presión que representa y la suma de haber perdido las tres anteriores: US Open 2019, Wimbledon 2021 y Wimbledon 2023. El anhelo, la magia de la zurda, la templanza en los momentos y la capacidad de carrear la final cuando su compañero no podía escapar de la irregularidad -falló un smash clave, por caso, en el tie break del segundo set- derribaron la barrera para convertirlo en un mito del tenis argentino.
Estuvo contra las cuerdas, como suele ocurrir en las grandes finales, pero el director de orquesta, el mejor tenista argentino del último lustro por fin coronó su reluciente trayectoria con el pasivo consigo mismo. Porque Zeballos no estaba en deuda: el tenis estaba en deuda con Zeballos. Cómo un jugador de su talla, que alcanzara la cima del ranking mundial un año atrás, que ganara nueve de diez finales de Masters 1000, no había podido conquistar un Grand Slam.
Masculló bronca, pero siempre puso la cara y habló en la cancha. Se bancó ser el mejor del planeta y, por caprichos o intereses ajenos a su desempeño deportivo, quedar marginado de los Juegos Olímpicos, justamente en Roland Garros. Lo que nunca hizo, siempre fiel al niño soñador que diera sus primeros raquetazos y formara su matriz deportiva en el Edison Lawn Tenis de Mar del Plata, fue soltar el deseo: «Me acuerdo que, de chiquito, jugaba en el club de mi padre (NdR: Horacio, su formador y primer entrenador) en el frontón, con mis amigos, y decía: ‘Ojalá algún día pueda ganar Roland Garros’. Hoy se me dio, después de varias finales».
El primer argentino campeón de dobles masculino contó el secreto de la final. «Sabíamos que la diferencia estaba en la parte mental. Les pedí consejos a McEnroe, a Tim Henman, a Carlos Alcaraz, para ver si podía hacer algo diferente, porque ya nos habíamos quedado en las puertas en varias finales. Quería buscarle la vuelta. Pedí consejos a los campeones porque realmente quería ganar«, contó el zurdo, quien buscó «ayuda» en las leyendas para convertirse en leyenda.
«Ganar un Grand Slam es un gran objetivo, no me da miedo decirlo, pero cuando me retire del tenis me iré tranquilo por haberlo dejado todo», decía, seis meses atrás. De regreso en el top 10 -será 7° el próximo lunes-, con 25 títulos de ATP como doblista, todavía tiene terreno por recorrer en el circuito. Cuando sea, cuando quiera, se irá tranquilo. Ahora sabe, no obstante, que se irá como una leyenda.
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