Ciudad Juárez y el triple femicidio de Lara, Brenda y Morena en el AMBA

El triple femicidio de Morena Verri (20), Brenda Loreley Del Castillo (20) y Lara Morena Gutiérrez (15) dibuja una cruda escena, tal vez, comparable a las de Ciudad Juárez, México, en los ‘90. La violencia hacia las mujeres y el crimen organizado son las dos caras una misma moneda que pone en jaque al Estado cuando la desigualdad y la desregulación avanzan.

La comparación del crimen con esa realidad mexicana resonó en el imaginario local este miércoles cuando se conoció el trágico final de las jóvenes que habían desaparecido el viernes por la noche. Encontrarlas enterradas en el patio de una casa en Florencio Varela, descuartizadas, con signos de tortura y un mensaje narco inscripto en los cuerpos de una de ellas, a través del corte de los cinco dedos de su mano izquierda y una oreja, fue interpretado en ese sentido.

El que lo expresó sin eufemismos fue el diputado Miguel Ángel Pichetto. “El asesinato de las tres chicas por narcos, presuntamente peruanos, son actos criminales que se parecen demasiado a los crímenes de Ciudad Juárez, en México”, señaló en X. Luego, en sus siguientes publicaciones, el legislador retornó su línea interpretativa habitual, la “migración descontrolada”. Sin embargo, sin desconocer el factor transnacional del crimen organizado, la antropóloga Rita Segato echó luz sobre este tipo atrocidades, al igual que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que las juzgó en el icónico fallo Campo Algodonero. Ambas reconocieron a los femicidios como un factor central en el entramado de estos delitos, mal que le pese a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que intentó desligar los temas en sus declaraciones del jueves.

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Al mismo tiempo, para despejar todo tipo de dudas, Segato este viernes fue contundente sobre el asesinato de las jóvenes, en diálogo con Radio Con Vos, dijo: “Sin ninguna duda que es un feminicidio. Es un crimen que es relativamente frecuente en México, con características de crueldad irracional, arbitraria, extrema aparentemente. No hay otra finalidad en el feminicidio que la exhibición de la crueldad”.

Marcha en Plaza Flores, CABA, por el triple femicidio.

Campo Algodonero y los femicidios de Lara, Morena y Brenda

Los puntos de contacto entre los acontecimientos del desierto de Chihuahua y del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) son varios. Los dos casos comparten detalles dramáticos, el número de víctimas, las edades, el género, la clase y algunas similitudes del contexto político. Laura Berenice Ramos Monárrez (17), Claudia Ivette González (20) y Esmeralda Herrera Monreal (15) fueron desaparecidas, abusadas, asesinadas y arrojadas en un campo algodonero el 6 de noviembre de 2001. México se encontraba en pleno proceso de desregulación e implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Claudia fue secuestrada cuando ingresaba a la maquila, Esmeralda al regresar de la casa donde era empleada doméstica, y, de Laura, lo último que se supo es que iba a ir a una fiesta.

Morena, Brenda y Lara iban a ir a una supuesta fiesta, mediante ese engaño las habrían pasado a buscar en una camioneta Chevrolet Tracker el viernes 19 de septiembre, a las 21.29 horas por La Tablada. Las jóvenes ejercían la prostitución, excepto Lara, que lo correcto es señalar que era una adolescente abusada sexualmente. Solían parar en Plaza Flores de la Ciudad de Buenos Aires. La periodista de Clarín, Natalia Iocco, recogió testimonios del barrio donde vivían que relataron que Brenda además había trabajado en un kiosco 24 horas y vendido ropa en facebook, todos trabajos precarios.

Triple femicidio de Florencio Varela: qué se sabe de «Pequeño J», el hombre más buscado el país

Una de las hipótesis indican que habrían entrado en contacto con el grupo narco en Flores. La banda, liderada por un joven de 23 años, Julio Valverde, que se hace llamar Pequeño J, operaría desde las villas porteñas 1-11-14 y Zavaleta. Encima de él habría más responsables. En la casa de Florencio Varela las jóvenes fueron filmadas para un grupo de alrededor de 45 personas mientras eran golpeadas, mutiladas y asesinadas. En el video se oiría al Pequeño J gritar que a él no se le robaba. No se sabe si efectivamente ellas le robaron o no, pero el fin de la brutalidad fue disciplinador. Así lo afirmó el ministro de Seguridad Bonaerense, Javier Alonso.

El narcotráfico y los femicidios

Ahora bien, qué tienen que ver el narcotráfico y el género. Segato, quien estudió en profundidad la violencia machista en Latinoamérica y para eso se entrevistó con muchos de los perpetradores de los violaciones en Brasil, sostiene en La guerra contra las mujeres que “los femicidios de Ciudad Juárez no son crímenes comunes de género, sino crímenes corporativos”. La violencia es dirigida a las mujeres por razones de género pero tendría fines y formas distintivas. En esa línea, la antropóloga diferencia entre la violencia de género ejercida en la privacidad del ámbito doméstico y la realizada de forma pública, como sucedió en Florencio Varela, que fue transmitida por Instagram para los miembros de la banda pero que también dejaría un mensaje para el resto de la sociedad e incluso para el Estado. Sin rodeos lo califica de “régimen patriarcal de orden mafioso”.

El ritual sacrificial, violento y macabro, une a los miembros de la mafia y vuelve su vínculo inviolable”, agrega Segato. “Los interlocutores privilegiados en esta escena son los iguales, sean estos aliados o competidores: los miembros mafiosos de la fratría mafiosa para garantizar la pertenencia y celebrar su pacto; los antagonistas, para exhibir poder frente a los competidores en los negocios; las autoridades locales, las autoridades federales, los activistas” con el fin de demostrar el dominio de cierto territorio.

Los narcos dejan un mensaje a través de un lenguaje violento escrito en los cuerpos de las víctimas, sostiene Segato. En el caso del Pequeño J, esa comunicación además fue reafirmada con un video. Cabe preguntarse entonces qué rol juegan en este aspecto los trolls libertarios cuando, de alguna forma, justifican el destino de las jóvenes porque “eran prostitutas o viudas negras o le robaron a un narcotraficante”. “Así posaban con la plata que se robaban las viudas negras que aparecieron muertas”, escribió uno de ellos a través de su cuenta @KSDoficial_. O, peor aún, la publicación en X del legislador libertario y trader, Ramiro Marra, que, al advertir “Por eso no hay que romantizar la cultura criminal”, acompañó el mensaje con un poster de la serie Viudas Negras y no de El Padrino.

La publicación de Ramiro Marra en alusión a los femicidios.

La socióloga Ana Clara Benavente, que trabaja con jóvenes de la provincia de Buenos Aires con la ESI, responde ante las preguntas que le hace PERFIL: “Hasta lo que se sabe el ensañamiento con esos cuerpos femeninos no sólo es atroz sino que además fue stremeado para otros miembros de la mafia como forma de aleccionamiento. Y ahí surgen algunas preguntas: ¿hubiese sucedido lo mismo si eran varones? El mensaje que se imprime en esos cuerpos masacrados, no es otra cosa que el mensaje de poder “acá mando yo”.

En el fallo Campo Algodonero da cuenta de que en México, a partir de 1993 el aumento de asesinato a mujeres “aumentó notablemente” y que se duplicaron en relación a los homicidios contra los hombres. Entre ese año y 2003, la cifras homicidios a feminidades oscilan entre 260 y 370. Segato sostiene que ese incremento está vinculado a la desregulación con el TLCAN y la frontera entre la “miseria del exceso y la miseria de la falta”. De acuerdo a la antropóloga, la desigualdad “se vuelve tan acentuada que permite el control territorial absoluto a nivel subestatal por parte de algunos grupos” como el narcotráfico.

Argentina aún no es Ciudad Juárez pero “sí es cierto que la situación socioeconómica en las que se encuentran todos estos jóvenes es muy compleja, sin perspectivas de un futuro más allá de los negocios ilegales para acceder al dinero”, indica Benavente quien en, sus talleres, más de una vez encontró adolescentes con Only Fans.

En lo siniestro de la frontera local, de un lado quedan Lara, Morena y Brenda y, del otro, una organización capaz de aprovisionar en efectivo, o debajo del colchón, los dólares que escasean en el Banco Central. Una organización que el ministro Alonso asegura que para trae la droga “recorre 2000 kilómetros para entrar en la provincia de Buenos Aires, que tiene su comando operacional en CABA, en uno de los barrios de emergencia de la ciudad. Desde allí opera y tiene diferentes puntos de venta en el conurbano sur de la provincia».

La investigación del triple femicidio está en manos del fiscal de Homicidios de La Matanza, Adrián Arribas, tras recibir la causa de su colega Gastón Duplaá. En las últimas horas se emitió la orden de captura internacional de Matías Agustín Ozorio, argentino de 28 años y socio de Pequeño J, quien permanece prófugo. Están detenidos, imputados por homicidio agravado por violencia de género, Magalí Celeste González (28), Miguel Ángel Villanueva (25), Daniela Iara Ibarra (19) y Maximiliano Andrés Parra (18). Dos de ellos fueron encontrados en la propiedad donde estaban los cuerpos sin vida de las víctimas, mientras limpiaban con lavandina la sangre de las paredes y los pisos. La ruptura del pacto de silencio de una de las mujeres habría permitido avanzar en la investigación. Faltan las cabezas de la organización. El Estado encuentra ante sí el desafío de reafirmar su soberanía ante la cartelización del territorio.

LM/DCQ

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